Recordó bruscamente que en un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de Yrigoyen) había un enorme gato que se dejaba acariciar por la gente, como una divinidad desdeñosa. Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado en la clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.
- Jorge Luis Borges (El Sur)
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Estaban en su casa, bajo el cielo y viendo crecer los cítricos sin más, con una taza de té para cada dos manos y el visitante preguntó al cuidador:
- No me queda claro cuando hablas de Hinayana y Mahayana, ¿podrías aclararlo?
Claro. Hace tiempo oí este relato y de nuevo lo repito:
El monje llevaba kalpas sin número esperando el momento. En un estado de quietud y calma absoluta sobre su cojín veía acercarse la iluminación lenta pero inexorablemente.
En ese momento su queridísimo gato blanco se acercó al cojín donde meditaba y maulló lastimeramente.
Tanto tiempo sin recibir ni una caricia de su amo… Se restregó contra sus piernas cruzadas…
Una apenas perceptible duda invadió por un momento la mente del monje y debido a ella, milagrosamente la realidad se desdobló.
El monje Hinayana siguió meditando un segundo más y obtuvo la iluminación, y penetró el Nibbana. Cerró los ojos y ya nunca le preocupó nada más.
El monje Mahayana se detuvo, bajó la mirada y acariciando cariñosamente a su gato el tiempo se detuvo, el espacio desapareció y entendió el Nirvana justo en ese momento. Abrió los ojos y ya nunca le preocupó nada más.
Esa, esa, justo esa, es la diferencia, dijo el cuidador .
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Hace unos diez años escribí esto:
Marvin es una princesa.
Y eso a pesar del nombre. Y es que Marvin era un gato, hasta que visitamos el veterinario y nos dijo que no, que era una princesa.
De pequeños es fácil confundirse en eso.
Marvin es de padres desconocidos. Nació hace un par de años en Cervelló, en el jardín de unos amigos. La encontraron, aún con el cordón umbilical y la acogieron.
Era como una ratita que no paraba de berrear. Necesitaba padres y cariño, así que la adoptamos.
Marvin vivió su primer año de vida con Passarell. Quiero creer que ayudó a hacer más entretenidos sus últimos días. Aunque él, tranquilo y torpón se la miraba como a un marciano y se sacudía con afectación de marqués sus abrazos y juegos.
Porque Marvin no es como Passarell ni como el loco Horatio. Cada ser es único y diferente.
Marvin es tranquila y felina, silenciosa, altiva y solitaria. Come poco y siempre está en los huesos, tiene un tipito de modelo de pasarela, el que corresponde a una princesa.
Le encanta beber de cualquier lugar siempre que no sea su bol de agua. Si te lavas las manos, viene a beber. Cuando acabas en la ducha viene a beber. Del agua que queda en los platos por lavar, bebe. ¡Incluso ha bebido infusiones de mi taza!
No le gusta que la abraces y nunca la oí ronrronear.
Dice una leyenda sin confirmar (difundida por Marta) que si pones el oído tocando a su cabecita y la acaricias, a veces, sólo a veces, puedes oir muy débil un lejano runrun, que quizá ni existe, pero hace ilusión pensar que sí, que es feliz en esos momentos.
Si la coges y abrazas, mira hacia otro lado y aguanta estoicamente apenas unos segundos. Luego empuja con sus patitas para que la dejes. Si la besas, pone cara de “que paciencia hay que tener con los padres” y estira el cuello para huir.
Eso sí, nunca correría el riesgo de dejar que pensases que no te aprecia. Por eso, cuando llegas a casa se restriega contra tus piernas y te sigue allá donde vayas durante los primeros minutos. La cabeza bien alta, como mirándote con adoración.
Si estás en la sala, ella duerme en el sillón. Si vas a la cama, descansa a tus pies. Su silenciosa compañía es su forma de decirte que te quiere.
A veces, cuando Horatio se tumba con nosotros y ronrronea ruidosamente mientras le hacemos caricias, ella mira. Mira con una mezcla de envidia y sorpresa, como si también quisiera pero no supiera como.
Odia que Horatio intente abrazarla y saltarle encima. Suena a justicía divina pues es lo que ella hacía a Passarell.
A veces, cuando duerme, sueña.
Sí, los gatos sueñan.
Y no sé con qué exactamente, pero a veces en sueños mueve la boquita y hace ruiditos, como si mamara. Y pienso que sueña que es pequeña y nunca ha perdido a su madre.
Así es nuestra princesa melancólica.
Como el humo perfumado del incienso, liviano y maravilloso, se eleva hoy el alma de Marvin al cielo de los seres puros y sin voz.
Puedan todos los seres ser felices.
Marvin alcanzó su cuerpo de arco-iris este 13 de Octubre de 2.017
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Me dice Kobo que escribo poco sobre mis experiencias personales. Aquí va una, aunque no sé si es lo que esperaba:
Cada día cuando llego del trabajo ocurre siempre lo mismo.
Abro la puerta y nadie viene a recibirme, no se oye nada en casa. Hay un gran y agradable silencio pero veces, si se escucha con atención parece intuírse algo aún más bello que el silencio, como un levísimo ronquido. Entonces, como siempre, me dirijo a la habitación.
En los pies de la cama, hecho una bolita blanca esta Tao.
Duerme y suele roncar suavemente, algo raro en un gato, pero claro él no se oye, no lo sabe. Transmite una paz que llena de alegría todo mi cuerpo, como si lo recorrieran corriente eléctricas.
Entonces me arrodillo ante la cama y lo observo muy de cerca, en silencio, como rezando, aguantándome las ganas de abrazarlo con todas mis fuerzas para no despertarlo y que ocurra la magia.
Y siempre ocurre la magia. A pesar de su sordera, no sé si porque me huele o siente mi respiración en el aire o simplemente porque yo soy él y él es yo, a los pocos segundos levanta la cabeza como un relámpago, con la velocidad de su naturaleza felina. Mira a un lado y a otro rápidamente, reactivado y semi-dormido a la vez. Me ve y maúlla fuerte, como solo los gatos sordos maúllan: MaaAAaaau, y yo siempre pienso que me dice «Ya era hora, te he echado de menos»
Se levanta y se despereza haciendo un arco con su espalda y luego echándose atrás para estirar las patitas delanteras.
Entonces nos ponemos a hacernos caricias. Primero sus mejillas contra mi mano. Se restriega con fuerza como si no nos hubiéramos visto en años, y si paro aunque sea un segundo, me persigue por la casa y se queja maullando.
Luego tocará rascar tras las orejas, en el lomo, bajo la barbilla…
Al final siempre acabamos igual, tirados los dos en el suelo haciéndonos caricias. A mi me gusta subirlo sobre mi barriga y a él le gusta bajarse y hacer la croqueta, girando por el suelo con las patas estiradas como un supermán blanco y acabando boca arriba para que le rasque.
Nos miramos a los ojos de cerca y en la profundidad de su nebulosa azul, veo lo que echo en falta en los ojos de las personas que trato cada jornada. Me veo a mi mismo y a todos, puros y en silencio. Y la felicidad es tan grande y se siente tan fuerte en el hara que uno podría creer que acabaré con úlcera de estómago y esa felicidad trae un cariño que se extiende a todos. Y en ese momento ya no hay samsara, porque ves que incluso aquel que te daña anda perdido y sufre, y en ese entendimiento ya solo puede haber cariño y cuando el cariño se extiende a todos, no puede haber sufrimiento.
Y así nos estamos un buen rato en el suelo tirados haciéndonos caricias.
Eso es lo que ocurre cada tarde al volver del trabajo.
Y si hay tiempo, luego se medita.