Una mañana, simplemente, K. no despertó.
Oh, no me malinterpretes, nada malo pasó, el cuerpo se levantó y fue a la ducha como cada mañana…
Casi te diría que remoloneó menos que con K. despierto. A él siempre le había gustado remolonear unos minutos en la cama, concentrado en su cuerpo, bañado en bienestar.
Saliendo ya de casa algunos pensamientos fugaces empezaron a darse cuenta de la ausencia. Algo faltaba. Estaban ahí flotando como en una pecera, y sin nada que los conectara. Uno concluyó que K. seguía durmiendo, y razonó que de ahí la sensación de gran reposo tan poco usual que acompañaba al cuerpo hasta el coche.
Conduciendo al trabajo, la vista, el oído y todo el resto de pobladores del espacio-consciencia funcionaban con su habitual milimétrica precisión y sin echar en falta nada. Solo los paseantes pensamientos se notaban algo extraños y apareció en escena también alguna sutil emoción de sorpresa, incluso una ligera preocupación, pero era realmente ligera…
En el trabajo el día transcurrió con normalidad y a pesar de la excesiva siesta de K. todo parecía ocurrir como siempre.
Al volver a casa y entrar en la habitación, una emoción juzgó que era innecesario sentarse en el zafu hoy, pues K. seguía durmiendo. Sería mejor esperar a que despertara.
Pero tras la cena llegó la hora de irse a la cama y justo antes de sumergirse en lo inmanifestado un pensamiento tímidamente se atrevió por fin a hacer «La» pregunta:
¿Y si mañana tampoco se despierta?
Esta va a ser la entrada más íntima de este blog hasta el momento, y es posible que no haya nunca otra más íntima.
Hace unos días G. Weber me pidió permiso para publicar en su blog nuestro diálogo privado que lleva ya algunos años produciéndose pues piensa que podía ser de utilidad para sus estudiantes y seguidores.
Hoy ha publicado la primera entrada que debe ser de hace algo menos de cinco años, cuando empezamos nuestras conversaciones.
Esto es algo así como estar desnudo ante una multitud vestida, pero eso también es un buen ejercicio de desapego a la propia imagen 🙂
Irá publicando entradas, no sé cuantas, si queréis alguna aclaración en castellano sobre algo que se diga allí podéis preguntar aquí (y si es en inglés, podéis preguntar allí).
Estoy en la oficina y no estoy en la oficina, levanto la mirada de la pantalla y miro ante mi y realmente no estoy mirando ante mi. Toda la oficina está a distancia cero. Está a distancia cero de nada, no está a distancia alguna. Las luces y colores brillan mágicamente y de nuevo todo es acompañado por el sentimiento de energía y bienestar.
Miro a XXX a unos 10 metros tras mamparas, hablando con un técnico. No hay distancia. Incluso solamente una parte de su cara, por ejemplo su ojo es como si estuviera aquí mismo, está aquí mismo, ¿dónde sino?. No hay allí.
Donde debería estar la cabeza la sensación es de una vacuidad todavía algo tensionada, el lado frontal izquierdo de la cabeza se nota aún ligeramente agarrotado, pero el resto de ella es como una ventana abierta por la que pasara una brisa suave y cálida.
Ligera sensación que «el nudo», está ahora a la vez en la frente (como desde hace años) y en la parte posterior, casi donde se supone que el cerebro conecta con la columna.
Existe una suave excitación corporal que quizá provoca el té de hace unos minutos, como cuando de pequeño tocaba con la lengua los polos de una pila para notar un cosquilleo, pero cubriendo todo el cuerpo.
Sé que si la atención se dispersa de sí, si se vuelca al contenido, todo cambiará, y lo sutil se perderá en lo grueso poco a poco…
El reloj de la pantalla dice que llevo un par de minutos así y toca trabajar.
Surge la intención de escribir esto (un pensamiento, el primero, lo reitera).
Me sumerjo en los contenidos, no sin antes hacer una respiración profunda, cogiendo aire como un nadador a pulmón libre.
No mind is a freshness,
A sun of ice,
Radiating brilliant clarity.The world is my front,
My face,
And my back is the mystery.
-Almaas
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Tenzin no era una persona especialmente sensible pero le corrían lágrimas por las mejillas mientras caminaba pendiente arriba… no podía quitar la vista de la montaña…
El mal tiempo les había hecho cambiar la ruta y renunciando a llegar al macizo de los Annapurnas habían tomado dirección a Ghorepani para esquivar la tormenta de agua y hielo, y porque desde Ghorepani habían una vista impresionante de los Himalayas que incluía aparte de los propios Annapurnas, el Nilgiri y el majestuoso Dhaulagiri.
La noche anterior habían llegado mojados y helados, tras ascender 1.500 metros de desnivel bajo la intensa lluvia, a un refugio a unos 3.200 metros de altura en Ban Thanti. Allí aparte de la familia que lo cuidaba solo había un curioso anciano inglés residente en Katmandú, David, que estaba pasando unos días con ellos.
Reunidos todos alrededor de la estufa, pues afuera helaba y no había otra forma de calentarse, jugaron a cartas, hablaron de sus viajes, de lo rápido que cambia el mundo, bebieron raxi y finalmente cada uno se fue a su frío rincón a dormir.
Por la mañana, sobre tierra helada, se despidieron y continuaron la ruta. Al llegar a la carena de la montaña el paisaje del Himalaya se desplegó completamente y K. vio por primera vez el increible Dhaulagiri…
K. no era una persona especialmente sensible pero le corrían lágrimas por las mejillas mientras caminaba pendiente arriba… no podía quitar la vista de la montaña y no entendía por qué se sentía tan emocionado.
No fue hasta un poco después que su mente hizo surgir un pensamiento que por lo ajeno que le parecía le convenció de que provenía de capas muy profundas de su psique. El pensamiento afirmó en su cabeza: «¡cuánto me recuerda al monte Kailash!»
Y entonces entendió que las lágrimas que caían por sus mejillas no eran por el Dhaulagiri sino por haber perdido para siempre la visión del monte de cristal, la montaña sagrada Kailash, cuando fue expulsado.
Lo que no entendió del todo era porqué pensaba eso, si él era europeo, nunca había estado en el Tibet y nunca había visto más que en fotos el monte Kailash.
Emerges de la nada y abres los ojos. Todo está oscuro y hay humo de incienso.
Recuerdas vagamente haber llegado a esta ermita de los alrededores de Ghandruk y haber realizado el ritual.
Ante ti empiezas a intuir una forma, recuerdas muy vagamente. Manjushri.
La efigie de Manjushri ante ti no habla, no se mueve, es una estatua, pero oyes claramente sus palabras en tu mente.
- Queda un deseo.
No entiendes.
- Queda un deseo – repite – puedes pedir lo que quieras.
¿Puedo? ¿lo que quiera? ¿ha funcionado el ritual?
- Sí, pero te advierto que es tu tercer y último deseo.
¿Último? No entiendo…
- Ya pediste dos deseos. Lo curioso es que tu segundo deseo fue olvidar todo lo que te concedió el primero.
Confusión. ¿Qué significa eso? ¿tiene eso sentido? En todo caso ya sabes para qué llegaste aquí. Decisión. Hablas por primera vez y tu voz parece profanar este ahora.
– Quiero conocer mi verdadera naturaleza fundamental.
Por primera vez te parece que la estatua de Manjushri esté viva y ¿sonríe ligeramente?… Aunque es imposible, la sensación es tan sutil que podría no estar pasando. Es una sonrisa algo triste.
¿Por qué sonríe?
- Sonrío porque, ¿sabes?, es irónico, ese fue también tu primer deseo…
La estatua se desvanece y entonces despiertas.
(Leído en algún lugar de Internet y olvidado)