El blog de 道


También los budistas piensan – Ser, es decir ser percibidos: la vía que conduce al sufrimiento
12/06/2022, 7:07 am
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Hemos dicho que este mundo, el mundo relativo en el cual la mente discriminante construye fantasías y distingue entre mí y aquello que tengo enfrente, entre “aquel que aferra” y “aquel que es aferrado”, entre “aquel que conoce” y “aquello que quiere conocer”; este mundo, se decía, es el mundo de la aflicción. La dicotomía que nace suponiendo un objeto como separado de mí es el presupuesto para desear aquel objeto pero, al mismo tiempo, es el presupuesto que nos impide tenerlo y que nos llevará, por tanto, a pensar que lo tenemos y después a perderlo, y por ello a sufrir.

Cuando vivo yo también siguiendo tal mecanismo, según la idea de ser un objeto individual, contrapuesto a otros objetos, si soy percibido, visto, aferrado, conocido, soy también confirmado en mi idea de existencia individual y, entonces, tengo la “sensación” de estar ahí. O sea, soy en el momento en que tu te das cuenta: esse est percipi…He aquí, desde otro punto de vista, que existir es parecer. “Estoy aquí” cuando soy un objeto percibido por algún otro, desde el momento que el “parecer” solo tiene sentido si existe un público; incluso solo un público imaginario, en base al cual sentirme visto, admirado, deseado, envidiado… Es una concepción que condiciona fuertemente mi estar ahí (o, mejor, la idea que de ello me hago) y lo hace depender de una o más relaciones sujeto/objeto y/o objeto/sujeto; y esta situación se deriva unicamente de mi deseo de aferrar y ser aferrado, a su vez vez consecuente a la idea de separación entre sujeto y objeto.

Haciendo una lectura a partir del “esquema vijñānavāda” la pretensión de la actual cultura de la imagen, que afirma que “solo quien parece existe”, es doblemente engañosa: por un lado pretende sustituir la “realidad relativa” por el espejismo, por la imagen, por el fantasma producido por la pantalla de un móvil, por un televisor, por la fotografía, etc. (o sea, sustituir el nivel “ilusorio” por el relativo”) (23); por otro lado niega niega la cualidad de la existencia al hombre en tanto que tal, a causa de su escasa visibilidad, invitándonos de hecho a despreciar la vida común, de cada día, frente a aquella otra en la que somos bien visibles, pero solo como imágenes, o fuegos fatuos.

Es un procedimiento alienante ‒en sentido literal: “nos vuelve ajenos, extraños” (a nosotros mismos)‒ y crea sufrimiento a todos los niveles, insatisfacciones, dolorosas superposiciones entre sueño y realidad. En términos budistas, el sufrimiento más grande se desarrolla cuando nos movemos a contramano respecto a la vía de salvación. En vez de comprender, de ver la impermanencia y la vacuidad de nuestra creencia de ser una existencia autónoma (liberándonos de la ignorancia que nos lleva a “dualizar” creando el objeto del deseo), “la vía que conduce al sufrimiento” es además reforzada por la convicción de que la existencia es un asunto de apariencia (es decir, de dualidad), que aquello que cuenta, o que existe verdaderamente, es precisamente nuestra imagen proyectada en la conciencia de otros.

Según la clave de lectura de Asaṅga y Vasubandhu, en vez de adherirnos al mundo de la “realidad completa”, dejando desaparecer las ilusiones del mundo relativo vaciándolo de aquello que le hemos añadido, dedicamos intencionalmente nuestras energías a la producción y mantenimiento de esas ilusiones, que están en el origen de nuestro sufrimiento.

Nuestro espíritu, alimentado de “tener”, ademas con una provisión de mercancías de baja calidad pues son efímeras en grado sumo, cada vez estar más hambriento y, con una forma de tolerancia similar a la de la tóxico- dependencia, pedirá aumentar la producción de ilusiones. Llegados a ese punto es el Sunset Boulevard (24), la avenida que conduce al máximo de sufrimiento. Puede suceder de todo: a veces tragedias, que se convierten en un destello final de “notoriedad”; a veces, al contrario, encontramos la fuerza para arremangarnos y hacer el camino hacia atrás, lamentando el tiempo perdido y temiendo que no quede suficiente para volver, al menos, al punto de partida (el de una vida donde el sufrimiento esté en niveles “normales”: enfermedad, vejez, muerte, perdida de aquello que se ama, imposibilidad de hacer desaparecer aquello que se detesta); una vida basada también sobre el querer tener, pero por lo menos ya no sobre el simple hecho de que nuestra imagen sea percibida por muchas personas.

Después, en algún caso raro, el hijo pródigo no solo entra en razón y deja de hacerse daño insensatamente, sino que se pone a buscar la vía del bien propio y de los demás.


23. En efecto no se trata de un nivel completamente ilusorio: mi fotografía sobre la pantalla del Pc o sobre una revista existe a su manera; la ilusión consiste en pensar: “esto soy yo”.

24. Me refiero, en varios sentidos, al excelente film del director Billy Wilder, de 1950 [,conocido en España como El crepúsculo de los dioses. N.t.es.].


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