Pasaron tres años y mi mente ya no se atrevía a distinguir el ser del no ser, ni mi boca a juzgar el bien y el mal. Solo entonces mi maestro se dignó a dirigirme la mirada.
Al cabo de cinco años , mi mente distinguía el ser del no ser y mi boca juzgaba el bien y el mal. Fue entonces cuando mi maestro me sonrió por vez primera.
Al cabo de siete años, en los pensamientos de mi mente había desaparecido la diferencia entre ser y el no ser, y en las palabras de mi boca no aparecía lo bueno ni lo malo. Entonces fue cuando mi maestro me hizo sentar junto a él en la esterilla.
Al término de nueve años, en mis pensamientos y palabras había quedado anulada toda diferencia entre el ser y el no ser, el bien y el mal, con respecto a mi mismo y también con respecto a lo demas. Ya no distinguía si el maestro era mi maestro y el otro mi amigo. La distinción entre mi interior y lo exterior a mi había desaparecido, mis sentidos se habían fundido en uno, identicos unos a otros. La mente concentrada, el cuerpo disuelto, huesos y carne derretidos, no sentía donde se apoyaba mi cuerpo ni donde pisaban mis pies. Me dejaba llevar por el viento al este y al oeste, como una paja o una hoja seca, hasta que al final no sabia si era el viento el que me llevaba a mi o yo el que llevaba el viento.
– 列子, El libro de la perfecta vacuidad (aprox. siglo V a.C)
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Y este otro fragmento del Lie Zi viene a arrojar ciertos cuantos de luz sobre el profundo dilema en torno a la posibilidad de continuar experimentando, percepción y existencia… y hacerlo de facto… sin renunciar a su néctar… y una vez incluso habiéndose desapegado y alejado del ámbito de la dualidad.
Una vez más… ¡¡ de perlas !!
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Comentario por Al 15/10/2021 @ 3:20 pmEste fragmento es mi favorito de todo el libro 🙂
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Comentario por 道 貓的僕人 15/10/2021 @ 3:21 pm