El blog de 道


Como dos gotas de agua
26/08/2011, 3:51 pm
Filed under: Contes

Cuando nace, la gota todavía no sabe que dentro de dos segundos se aplastará contra la pica de la cocina. Ilusionada, resbala por la última curva de la cañería y saca la cabeza por la desembocadura del grifo. La luz de los fluorescentes la deslumbra. Se siente como la pasajera del tren que, después de haber concentrado la mirada en un largo túnel, sale finalmente a cielo abierto. Llena de curiosidad, se detiene en la boca del grifo. La inercia hace que se tambalee y que, después de un leve balanceo, caiga al vacío. Durante los primeros milímetros de esta trayectoria – iniciada con más esperanza que no convencimiento- la invade el vértigo. Volar la estimula tanto como pasar desapercibida. En efecto, su presencia no modifica el orden de una cocina que, a pesar del esfuerzo del decorador por convertirla en la expresión de la familia que se sirve de ella, todavía se parece demasiado a la fotografía del catálogo que la inspiró. A parte de los muebles y de los acabados, prevalecen algunos detalles no previstos en el proyecto inicial: el olor de un caldo recién hecho y, aferrados a la puerta de la nevera, imanes de la familia Simpson que sujetan el menú de la escuela de un niño que, justo ahora, mientras la gota descubre el placer de lanzarse al vacío, se atraganta en el comedor del colegio con un hueso de pollo. La distancia entre el grifo y la pica es de un palmo y medio, un trayecto tan corto como el rato que la gota tardará en recorrerlo. No pierde el tiempo: filtra la luz de los fluorescentes y refleja la esfera del reloj, que asiste a un nuevo cruce, histórico, de las saetas. Comparado con cuando todavía formaba parte de una corriente, el presente le parece fascinante. A primera vista puede que no se le note, pero si aumentáramos la imagen de la gota, si la paráramos y la reprodujésemos en tres dimensiones y le diéramos movimiento (un movimiento virtual, se entiende, estructurado sobre una hipótesis secuencial a escala ampliada y por ordenador), detectaríamos el latido casi imperceptible de una emoción basada, por una parte, en la inconsciencia del peligro que supone la caída y, por otra, en la falta de información sobre el propio entorno. La cadencia, por ejemplo: una gota cada tanto, siempre el mismo tanto, como en una carrera ciclista contrarreloj. O el descubrir que el hecho de que un grifo no cierre bien o que, a causa de la erosión de la junta, gotee, pueda cambiarle la vida y provocar que, una vez convertida en gota, aquel trayecto, banal en apariencia, se transforme en privilegio. Como una frontera, la parte alta de la pica marca el último tramo. El horizonte, inmediato. A medida que cae, la gota aumenta de peso, de volumen y de tensión interna. Le cuesta mantener una forma esférica. La inercia le estira la piel. Tanto, que le gustaría ser de mercurio. El paisaje se oscurece. Desde un punto de vista humano, todo pasa muy deprisa. Para la gota, en cambio, este rato contiene parte de la vejez y toda la madurez. El tiempo necesario para olvidar lo que ha vivido más recientemente y recordar sólo los primeros tiempos de la vida: para reconocerse en la gota que, con más atrevimiento que ella, empieza a sacar la cabeza por el mismo grifo. Se parecen como dos gotas de agua, comprueba. Y tiene la impresión de que el haber visto a aquella hija (o hermana), justifica haber vivido un viaje que se acaba tal y como estaba previsto: chof. La gota estalla y se esparce en mil pedazos que, indiferentes al tacto de acero inoxidable de la pica, vuelven a reunirse, ya no en forma de gota sino de salpicadura, nada, un hilo raquítico que, después de esquivar el escollo de restos de aceite de girasol, se cuela-blop-aspirado por el agujero.

S. Pàmies


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